Biblioteca Popular José A. Guisasola





Cuento» Huelga de las palabras, de Rocío Sanz. Escritora y compositora costarricense (1934-1993)



Hubo una vez, no hace mucho tiempo, una huelga de palabras. Se salieron del diccionario y, abanderadas por las palabras "rojo" y "negro", se declararon en huelga. Fue una cosa terrible: las personas no podían hablar, porque todas las palabras les salían mal, confusas y confundidas.

—Buenis díolos —saludaba la maestra.

—Buenis dioches —contestaban los niños.

—Buenus tordes —se saludaban los amigos.

—¿Qué dijiste?

—Dije diardes.

—¡Dijuriste tordes! ¿Qué, no sabes ni sipuera saludir?

Era terrible la huelga de palabras. Las personas no podían entenderse unas con otras y, finalmente, se quedaron mudas. Las palabras del idioma se declararon en huelga de silencio y nadie podía hablar, ni escribir, ni nada.

Hasta las canciones se quedaron sin letra.

Como suele suceder en las huelgas de verdad, las autoridades intervinieron y aquello degeneró en motín: hubo pedradas, golpes y, por supuesto, ¡muchas malas palabras!

Finalmente intervino el Diccionario y logró poner algo de orden en aquel motín de palabras.

—¡Basta! —exclamó—. ¡No podéis hacer huelga así nada más! ¿Qué pasaría con el idioma?

—¡¡Óyeme tú!! —le gritó la palabra "Elote". No nos vengas con tus ínfulas de "Real Diccionario de la Lengua", porque no nos vamos a entender...

—Somos todas las palabras del idioma español, castellano, hispanoamericano o como quieras llamarlo, las que hemos decidido protestar —intervino la palabra "idioma".

—Además —exclamó la palabra "castizo"— nosotras, las de España, también tenemos motivos de queja y por eso nos hemos unido a la huelga.

Se escuchó entre las palabras un murmullo de aprobación. El Diccionario, para no ofender, empezó a hablar tratando de utilizar algunos de los muchos ricos acentos de nuestro idioma.

—Bien, bien, pero ¿por qué protestáis? Digo... ¿por qué protestan ustedes... vosotras? ¡Vaya, que me hago unos líos...! Quise decir... ¡estoy hecho un enredo, como dicen los ticos!

—Bueno, amigo Diccionario —concedieron, risueñas, las palabras— tú habla con el acento que quieras. Eres libre de escogerlo y no seremos nosotras las que limitemos tu libertad.

—¡¡De eso, precisamente, trata nuestra huelga!! —intervino, a gritos, la palabra "Libertad". Todas las palabras exigimos... ¡libertad de expresión!

—¡Sí, sí! ¡Eso es! ¡Queremos libertad de expresión! —clamaron las palabras.

La palabra "Libertad" había manifestado claramente los deseos de todas. Se hacía acompañar por la pequeña preposición "de" y por el sustantivo abstracto "expresión", quien ya no se sentía tan abstracto desde que todo el mundo lo usaba y hasta abusaba de él.

Las tres palabras avanzaron marcialmente hacia el Diccionario. El Diccionario, que en el fondo era muy buena persona, contempló con cariño a las tres palabras que tenía ante sí: Libertad de expresión.

—Comprendo —dijo— comprendo... pero no se me presenten así, como militares. Recuerden que yo las conozco a todas desde que eran chiquitas y, a todas, las quiero mucho.

Las palabras "libertad de expresión" dejaron su actitud rígida. Un suspiro de alivio cundió entre todas.

—El Diccionario nos comprende —se decían—. Es el único que puede mediar en este asunto.

El Diccionario gordo, pesado, poderoso y bueno, empezó a conversar con las palabras.

—Conque el motivo de esta huelga es la "libertad de expresión..." dijo. Es un motivo muy válido: mucho se ha luchado y se lucha, en todos los idiomas, por la libertad de expresarse: de hablar, de escribir, de comunicar libremente lo que se piensa.

—¡Pero nosotras no tenemos libertad de expresión! —protestó agudamente la palabra "niña"—. ¡Estamos sujetas, toda la vida, a un solo significado!

—Algunas tenemos varios significados —presumió de pronto la palabra "burro"—. Yo significo un animal; soy también un insulto, una tabla para planchar, un "burro de carpintería", el juego "del burro" y, cuando viajo a Italia, significo "mantequilla".

Todos se asombraron de que la humilde palabra burro significara tanto y hubiera viajado hasta Italia. Pero la palabra "niña" no se dejó apabullar por tanta cosa.

—Yo soy la palabra niña y toda la vida quiero decir sólo eso: ¡una niña!

—¿Te parece poco? —le dijo el Diccionario. Eres una de las palabras más sencillas del idioma y, sin embargo, estás llena de significados: eres la niña que quiere salir a estrenar su sombrerito de pluma, en un poema de Martí; eres la niña de un cuento de hadas o de un hecho histórico; eres la hijita de mi vecino o la pequeña fosforerita de un cuento de Andersen.

—¿Todo eso soy? —se asombró la palabra "niña". Pero luego recapacitó, argumentando— Con todo, no tengo libertad de expresión: ¡No puedo expresar lo que me dé la gana!

—Pero, pequeña, si pudieras expresar otros significados, serías otra cosa; ya no significarías eso tan hermoso que eres ahora. Ahora eres la palabra niña. Si te damos "libertad de expresión" podrías entonces ser... un almacén, un tocadiscos, un motor, o ¡la cibernética!

—¡Ni siquiera sé lo que es eso! —se aterrorizó la palabra "niña".

—Soy —dijo, pedante, la palabra "Cibernética"— la ciencia de la comunicación y el control, tanto en las máquinas como en los organismos vivos. Expreso la unidad metodológica de las varias ciencias...

—¡¡No quiero significar todo eso!! —interrumpió, desesperada, la palabra "niña".

—Ni falta que hace —la consoló el Diccionario. Tú solita tienes tu propio hermoso significado. Además, ¿se imaginan lo que pasaría si todas las palabras tuvieran "libertad de expresión"? A la palabra "rojo" podría antojársele significar "verde"... ¡Los semáforos se volverían locos!

Las palabras huelguistas se revolvieron, incómodas.

—No, mis queridas palabras —continuó el Diccionario— ustedes son las únicas que no pueden tener libertad de expresión.

Las palabras protestaron, pero el Diccionario siguió diciendo:

—Las palabras de un idioma no pueden tener "libertad de expresión" en la vida práctica pero... ¿es que no se han dado cuenta?

—¿De qué? —intervino, agresiva, la palabra "verde".

—¿De la enorme libertad que tienen cuando las usa un escritor?

Las palabras se quedaron boquiabiertas. El Diccionario continuó:

—La palabra verde, en la vida diaria, está sujeta a un solo significado práctico. "Verde" es un color definido y no puede ser rojo ni negro. Pero, ¿qué pasa cuando la usa un escritor?

"Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña".

La palabra verde en manos de García Lorca, se ha transformado en viento, en ramas, en poema:

"verde carne, pelo verde
con ojos de fría plata".

La palabra "verde", estremecida, se había transfigurado. Las demás escuchaban embelesadas al Diccionario que las fue tomando, una por una, para mostrarles la riqueza de expresión que tenían en manos de un escritor.

—"Se fue la niña a jugar
la espuma blanca bajó
y pasó el tiempo, y pasó
un águila por el mar".

La palabra niña, encantada, se alejó de la mano del escritor José Martí. Estaba deseosa de averiguar qué libertades la esperaban en su poema "Los zapaticos de rosa".

Las demás palabras se dieron cuenta de que, en realidad, ¡tenían toda la libertad del mundo!

El Diccionario les demostró que, en manos de un luchador, eran poderosas; en manos de un escritor, eran libres; en boca de un niño eran sorprendentes e inesperadas y, en labios del pueblo, ¡se enriquecían constantemente!

Una por una cedieron al encanto vital del idioma y se fueron acomodando, una vez más, en las páginas del bondadoso Diccionario.

Allí están, quietecitas. Son montones y montones de palabras, esperando a que las saquemos de allí para darles toda la libertad del lenguaje.



FIN


(Libro: El insomnio de la Bella Durmiente,
Editorial Costa Rica, 1986.)


Ilustración de ISOL, en: Al son de las palabras - Serie PIEDRA LIBRE
Repositorio Institucional del Ministerio de Educación de la Nación.

http://repositorio.educacion.gov.ar/dspace/handle/123456789/97019

Rocío Sánz, escritora y compositora, es una de las figuras más significativas de la literatura infantil de Costa Rica. Nació en San José, en 1934, y falleció en México, en 1993.
Publicó los libros para niños: El cuento vacío/La palabra descontenta (1985); El insomnio de la Bella Durmiente (1985) y Cuentos descontentos (1987).



Visto y leído en:
Construyendo actividades lúdicas para producir textos - Facilitadora: Licda. Jasmín Porras Mendoza. Diciembre de 2008. (pdf)
http://mep.janium.net/janium/Documentos/10596.pdf
©Instituto de Desarrollo Profesional Uladislao Gámez Solano, Ministerio de Educación Pública, Costa Rica
“Por una biblioteca popular más inclusiva, solidaria y comprometida con la sociedad”
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